Calles, avenidas, plazas, carreteras... en las que nacemos, vivimos, vamos al colegio, dónde compartimos nuestros juegos, nuestras peleas... esos primeros años de nuestras vidas, donde el espacio está más que limitado, sin embargo parece extenderse kilómetros y kilómetros a lo ancho y largo. Es un mundo inmenso que compartimos con sólo unos cuantos. Unos como nosotros que llegaron al mismo tiempo y otros que ya estaban allí no sé sabe muy bien como.
Hemos llegado hasta esta calle y en ella nos encontramos viviendo en una familia, rodeados de unos amigos, que sin querer y creyendo haberlos elegido serán con los que compartamos nuestras primeras aventuras, nuestros primeros miedos e inquietudes. También esos momentos en los que nuestra imaginación fluye y fluye a veces de manera increíble. Transcurre el tiempo y pretendemos cambiar todo aquello. Hacemos lo posible por cambiar nuestras vidas, por lo que fue y ya no es, a veces esto se confunde con "pasar página".
Caminamos por otras calles, incluso de otras ciudades, conversamos con otros, discutimos y queremos a otros. Sin embargo, como el escritor escribe, esa calle -nuestra calle- nos persigue allá donde vayamos. Es tan imposible escapar de lo que será nuestro destino como de lo que fue nuestro pasado. Y así todo lo que nos ocurre gira en torno a esos primeros juegos, a esas primeras desilusiones o alegrías que vivimos en nuestra calle, en nuestro mundo.
Nos podemos empeñar en negar de dónde venimos, obviar a aquellos que fueron nuestros primeros compañeros de juegos e incluso renegar de aquellos que más nos quisieron, pero no estamos más que rechazando lo que fuimos y lo que seremos.
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